A Ramón Gago
Cuentan que en una pequeña localidad de la remota tundra finlandesa, un niño le dijo a su madre un buen día: mamá, quiero ser torero. La madre, ya se habrán imaginado, se quedó boquiabierta y en un primer momento solo atisbó a decirse: este niño es muy raro. Los padres del chaval, con cierta educación racionalista, estaban convencidos de que no existe ninguna barrera racial que impida a un niño llegar a ser lo que quiere, que no hay razas mejor preparadas genéticamente que otras para lograr sus objetivos, por lo que comenzaron a estudiar sus posibilidades.
Cuentan que en una pequeña localidad de la remota tundra finlandesa, un niño le dijo a su madre un buen día: mamá, quiero ser torero. La madre, ya se habrán imaginado, se quedó boquiabierta y en un primer momento solo atisbó a decirse: este niño es muy raro. Los padres del chaval, con cierta educación racionalista, estaban convencidos de que no existe ninguna barrera racial que impida a un niño llegar a ser lo que quiere, que no hay razas mejor preparadas genéticamente que otras para lograr sus objetivos, por lo que comenzaron a estudiar sus posibilidades.